Queremos sonar entre el ensordecedor sonido de la multitud, ser vistos entre la masa ingente de ánimas sin rostro, ser olfateados entre la pestilencia de los cuerpos que tapan los aromas de la persona.
A falta de coherencia pretendemos discernirnos a través del irrespeto. Embotando así nuestros sentidos y el de los demás para llamar la atención de quienes no tienen interés por aquello que podemos ofrecerles. Atraemos a los más hambrientos carroñeros porque hemos falsificado con hedor nuestra fragancia, hemos creado mensajes disonantes y hemos transformado nuestro cuerpo para crear la mayor de las abominaciones visuales. Hemos generado riqueza sin necesidad y hemos prescindido del verdadero valor que la no riqueza nos reporta.
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