sábado, 2 de mayo de 2009

Personas e interacción



Hasta ahora podía entender las cosas, razonarlas pero muchas veces era incapaz de profundizar y captar el fondo de las mismas. Cuando antes me decían que algo era rojo, veía que era rojo y no le daba más importancia. Ahora me dicen que es rojo y sé que no es rojo por casualidad, sino por causalidad.

Entiendo las cosas de diferente manera e intento traspasar la cáscara para ver cual es el contenido. Todas nuestras acciones son ejecutadas por causas internas. Ha desaparecido para mí el término “casualidad” y he comprendido que el mundo es un lugar donde todo acto tiene una reacción. No hay bien, ni hay mal. Simplemente hay acciones consideradas buenas y acciones consideradas malas, pero eso entra dentro de nuestro sistema de codificación interna y social que definimos como moral y ética.

Muchas veces nos fijamos en la acción ejercida por el agente que ha originado el conflicto, sin fijarnos en la acción que precede a la conducta de dicho agente. Posteriormente y sin mirar más allá dejamos a un lado la acción y juzgamos directamente a dicho agente. He aprendido que nunca hay que juzgar a las personas, siempre hay que ir directos a los actos que estas comenten. Es un gran error que hay que evitar pero que pocos hacemos.

En un pequeño ejemplo práctico podemos ver todo esto que, dicho de la manera que lo he expuesto puede parecer muy confuso:

Si tenemos una mesa de billar en la que utilizamos una bola blanca para golpear a una negra, podemos ver que nosotros ejercemos una fuerza sobre la bola blanca. Ésta a su vez recibe el impacto y dirige su fuerza hacia otra bola que también la golpea. Como vemos, todas estas bolas no tienen una fuerza interna que genera su propio movimiento. Una bola blanca empieza siendo víctima de una fuerza para convertirse en verdugo golpeando a otra, y así comienza una cadena de choques que generan un movimiento global.

Pensemos ahora el material con el que están hechas esas bolas. Si una de esas bolas tuviera la capacidad de estallar con un pequeño golpe, generaría fuerzas muchísimo mayores que desembocarían en una reacción más impactante. Por otro lado imaginemos que otras bolas fuesen de acero y su movimiento fuera casi imperceptible. Estas bolas recibirían el impacto pero no causarían otros impactos sobre otras bolas.

Las personas funcionamos de la misma manera. Los impactos que recibimos los transformamos en impactos a otras personas y de este modo se generan conductas de acción propiciadas por impactos recibidos previamente. Somos víctimas y posteriormente nos convertimos en verdugos.

Fijémonos ahora en un caso histórico de referencia. Cuando observamos los horrores del holocausto no vemos más allá, y entendemos que el movimiento Nazi es algo que jamás debía haber existido. Y de hecho es cierto, no debía haber ocurrido, pero la Segunda Guerra Mundial, el movimiento nazi y el odio de un pueblo que tuvo un tiempo al mundo en vilo no fue una casualidad. En efecto, tubo una causa. Ese impacto ejercido por los Nazis se podía haber evitado si años atrás el pueblo alemán tras la Primera Guerra Mundial no hubiera sido humillado de aquella manera. El Tratado de Versalles tuvo como consecuencia que la dignidad alemana quedara por los suelos y estas víctimas acabaron siendo verdugos en años posteriores.

En definitiva, nadie es verdugo si no ha existido un victimismo previo. Emociones como la ira, el odio, la venganza… son consecuencias directas de la humillación, la tristeza o la desesperación. Tenemos que ver más allá de todo aquello por lo cual se mueven las personas. Tenemos que tratar de comprender las conductas identificando acciones previas que las personas hayan recibido.

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