miércoles, 25 de noviembre de 2009

Por un mundo más sostenible



Ya he venido comentando en post anteriores el fenómeno conocido como “conciencia ecológica”. Si hoy por hoy únicamente las organizaciones de gran renombre están haciendo gala de dicha concienciación, en un futuro serán, por la cuenta que nos trae, la gran mayoría de las empresas las que transformen su estrategia para alinearse meticulosamente con el medio ambiente, la salud pública y las condiciones de sus trabajadores.

De este modo, lo que parece algo fundamental y que debería regularse a través de normativas gubernamentales, será transformado, en un futuro, por el propio mercado. Me explico, me explico… Hoy en día todos consideramos esencial mantener unas condiciones saludables, ecológicas y humanas en todo lo que se produce, distribuye y vende. Pero ¿Qué institución debería controlar que las cosas se están haciendo bien? Muchos podréis considerar que se debería disponer de los organismos institucionales que regularan dichas premisas estableciendo normativas que indicaran una serie de pautas de acción para el logro de unas condiciones óptimas en términos de sostenibilidad. Por lo tanto, en el caso de que se incumplieran las condiciones establecidas, se impondría una sanción.

El problema que veo yo, es que todos conocemos cómo funciona el sistema capitalista, si no cumples pero puedes amortizar el incumplimiento aflojando la cartera lo harás, y seguirás vendiendo y vendiendo sin escrúpulos.

La idea descabellada viene a continuación: Vamos a creer que el mundo está cambiando, vamos a considerar que el precio no es importante y cada uno de nosotros le empieza a dar importancia a aquellos productos que, a pesar de su precio, cumplen con unos mínimos en cuanto a sostenibilidad. Cada uno le da importancia a alguna de las tres variables (Salud, medio ambiente y sociedad). Finalmente se obtiene una ponderación colectiva que colocaría en el primer puesto a los productos que mejor cumplen con dichas premisas. Estoy seguro que muchos estarían dispuestos a comprar productos más caros pero que tuvieran más en cuenta que se están produciendo bajo unas condiciones saludables, utilizando los recursos de manera adecuada y no explotando a los trabajadores que los producen. En ocasiones nos sorprenderíamos por descubrir que se pueden reducir costes aplicando esta filosofía. La innovación en los procesos y materiales daría paso a una mayor competitividad y finalmente a lo que todo buen empresario busca: Un incremento del margen de beneficio en la cuenta de resultados.

El planeta tierra y su medio ambiente nos lo agradecería, nuestra salud nos lo agradecería y las condiciones laborales de muchos trabajadores mejoraría considerablemente.

Sí, sé que suena muy bonito. Reconozco que alcanzar un escenario de estas características es algo maravilloso. ¿Pero quién dijo que iba a ser fácil?

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